Martín de Azpilcueta

Nació en Barasoain el 13 de diciembre de 1492 en el seno de una familia agramontesa de origen baztanés. Era hijo de D. Martín de Azpilcueta y de Dª María de Jaureguízar, oriundos de los palacios de sus apellidos situados en el valle de Baztán.

En el año 1509 inició estudios de Filosofía y Teología en la universidad de Alcalá, fundada por el cardenal Cisneros, donde permaneció por espacio de 4 años. Graduado en ambos saberes, cursó después Derecho Canónico en la universidad de Toulouse, la más famosa en aquel tiempo para el estudio de esta disciplina, obteniendo la cátedra de Cánones de dicha universidad a la edad de 26 años. Durante su estancia en Toulouse se ordenó sacerdote, regresando a Navarra en 1523, a pesar de las honras y honores que en aquella universidad le ofrecían para retenerlo.

En su viaje se detuvo en Roncesvalles, cuyo prior era D. Francisco de Navarra, donde tomó el hábito de canónigo cuando contaba 30 años de edad.

En compañía de D. Francisco de Navarra pasó a la universidad de Salamanca en 1524. Hallándose en esta ciudad, y aún antes de obtener en ella cátedra alguna, fue promovido por Carlos V a una plaza en el Consejo Real de Navarra y se le concedió también una canonjía en la catedral de Pamplona, si bien rehusó ambas mercedes. En Salamanca se vio obligado a doctorarse de nuevo en Cánones, pues esta universidad no aceptaba los grados obtenidos en otras. Finalmente fue catedrático en ella por espacio de catorce años, en el transcurso de los cuales asistió en cierta ocasión a escucharle el emperador Carlos V, ante el cual disertó acerca del origen democrático del poder.

El propio Carlos V ordenó el paso del Doctor Navarro a la Universidad de Coimbra (Portugal), recién fundada por los monarcas portugueses. Una vez allí, el rey Juan III le concedió en 1538 la cátedra de Prima de Cánones y una renta anual de ochocientos cincuenta ducados, además de una chantría en la catedral de aquella ciudad. Durante su estancia en Coimbra fue consultado acerca de diversos asuntos por los tribunales de la Inquisición y se le quiso dar un obispado, lo cual rehusó.

Tras su jubilación en 1555, regresó a Navarra para acomodar a tres sobrinas suyas huérfanas.

En su viaje se detuvo en Valladolid, donde la princesa regente, Dª Juana, le encargó la visita de dos monasterios. Uno de ellos era el de San Isidoro de León, que ya había visitado veinte años atrás. En esta ocasión se le encomendó dar solución a las diferencias que los religiosos del monasterio tenían con su abad, cumpliendo dicho cometido con gran prudencia.

En Valladolid y Navarra se detuvo por espacio de doce años, durante los cuales sentenció abundantes pleitos.

Ya anciano, en 1577, encargado de la defensa del también navarro Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo y cardenal primado de España, acusado de herejía ante el tribunal de la Inquisición, consiguió que el pleito fuese trasladado a Roma, adonde acudiría y donde permanecería hasta la conclusión del largo y complejo proceso. Concluido este durante el pontificado de Pío V, y gracias a la brillante defensa del Dr. Navarro, Carranza, que iba a morir poco después de conocer la sentencia, fue al fin absuelto de la mayor parte de los cargos que se le imputaban.

Fue muy estimado por los pontífices Pío V, Gregorio XIII y Sixto V, quienes acudieron con frecuencia a D. Martín de Azpilcueta en busca de consejo acerca de materias muy diversas.

Falleció en Roma el 21 de junio de 1586 y, conforme a su voluntad, fue sepultado en la iglesia de San Antonio de los Portugueses de dicha ciudad.

La principal obra de D. Martín de Azpilcueta, muy estimada por teólogos y canonistas de todos los tiempos, fue el Manual de Confesores y Penitentes, obra considerada como el embrión de lo que posteriormente se denominaría “teología moral”. Del éxito de este tratado dan cuenta las numerosas ediciones que se hicieron en Portugal, España, Francia e Italia a lo largo del siglo XVI e incluso de algunas “ediciones piratas”. Además de sus obras de derecho canónico, como el Tratado de las Horas Canónicas y de Oración, Tratados del Rosario, Silencio en el Oficio Divino, etc., hace incursiones en el derecho de gentes (derecho internacional) y, sobre todo, en su Comentario resolutorio de cambios, aborda el ámbito económico sobre la masa monetaria y los precios, explicando la inflación, anticipándose a la doctrina que desarrollará Jean Bodin.

Martin de Azpilcueta PDF. Por Carlos Beorlegui